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Sombras en la mente

  Nahuel observó el cambio en el rostro de Dolos con una mezcla de confusión y curiosidad. El hombre que antes parecía frío e inquebrantable ahora mostraba una expresión inquieta, casi incrédula.

  —Sí, soy su nieto. ?Lo conocías? —preguntó Nahuel, su tono cargado de confusión y una tristeza contenida. Por dentro, su mente era un torbellino: “Tiene que decirme algo de él... debe saber algo de él”. Esa idea se aferró a su pensamiento con fuerza, alimentando una esperanza tenue pero persistente.

  Dolos lo miró fijamente, pero su respuesta no fue inmediata. Parecía luchar consigo mismo, buscando las palabras adecuadas para lo que quería decir.

  —él… —comenzó, pero su voz se apagó, y su rostro se endureció con un gesto de frustración. Hizo una pausa, como si algo dentro de él se resistiera a salir. —Yo… —alargó la sílaba, mientras sus ojos, perdidos en el vacío, se llenaban de un recuerdo distante.

  De repente, como si un pensamiento lo hubiera sacudido, Dolos se movió rápidamente hacia un rincón de su cocina desordenada. Abrió con brusquedad un cajón astillado y sacó un relicario peculiar, cuya forma de pentágono parecía fuera de lugar en un entorno tan descuidado.

  —Estira la mano, —ordenó con firmeza, mientras sus labios murmuraban palabras inaudibles, un conjuro antiguo que parecía brotar instintivamente de él.

  La voz de Dolos hizo que Nahuel dudara por un instante. Miró el relicario con escepticismo, pero el tono autoritario del hombre lo empujó a obedecer. Lentamente, con un nudo en el estómago, extendió su mano hacia él.

  Antes de que pudiera reaccionar, Dolos tiró bruscamente de un mechón de su cabello, arrancándolo de raíz con un movimiento seco.

  —?Ay! —gritó Nahuel, llevándose la mano a la cabeza mientras miraba a Dolos con una mezcla de incredulidad y enojo. —?Qué te pasa? ?Estás loco! —soltó, aún adolorido.

  Dolos ignoró por completo su protesta. Sujetó el cabello con cuidado, como si fuese algo sagrado, y lo colocó dentro del relicario. Su expresión era intensa, concentrada, como si realizara un ritual que requería toda su atención.

  Nahuel seguía sumido en su confusión, perdido en un mar de pensamientos mientras recorría con la mirada las imperfecciones de la casa. Instintivamente, se sobaba la cabeza, donde un mechón de cabello había sido arrancado.

  —?Qué hora es? —murmuró, sintiendo un nudo de inseguridad en el pecho—. Mi mamá debe estar preocupadísima.

  El brillo repentino de su celular lo hizo entrecerrar los ojos. Al desbloquearlo, la barra de notificaciones lo recibió con un único nombre repetido una y otra vez: Axel.

  —?Estás bien?

  —Por favor, responde...

  —Lo vi, juro que lo vi.

  —Perdón si te molesté.

  Los mensajes llegaban cargados de desesperación. A pesar del enojo por la conversación anterior, Nahuel eligió no responder. ?Qué vio? ?De verdad mi abuelo está vivo? La intriga lo invadió, pero el orgullo fue más fuerte que la necesidad de saber la verdad.

  Mientras tanto, Dolos seguía absorto en el relicario, como si nada de eso le afectara.

  —Tengo que irme, ya es tarde y mi mamá se va a preocupar —murmuró, dando pasos cortos para alejarse, sin dejar de observar al hombre con el relicario.

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  —Espera —dijo Dolos de repente, deteniéndolo. En un abrir y cerrar de ojos, se colocó detrás de él—. No lo pierdas —a?adió, presionando el relicario en sus manos con fuerza. —Ma?ana tenemos que vernos —terminó, su rostro reflejaba una aflicción palpable, como si supiera que la noche sería larga. El recuerdo de Maslum pesaba sobre él. Sin decir más, se dirigió hacia la puerta y salió a la oscura y fría noche. —Vamos, te llevo —dijo, encorvando la espalda, esperando que Nahuel se subiera.

  —?Qué haces? —la confusión era evidente en el rostro de Nahuel.

  —No sabes a dónde está tu casa —respondió Dolos, casi molesto.

  —Tienes razón… no lo había pensado —se resignó Nahuel y se subió a su espalda. Esta se sentía rígida como una roca, y podía sentir cada músculo de Dolos bajo su piel.

  El regreso a casa transcurrió rápidamente, casi como un suspiro. Las luces parpadeaban y confundían a Nahuel, que, aún mareado, no podía dejar de asombrarse por la fuerza y velocidad sobrehumanas de Dolos, aunque no lograba comprender del todo lo que acababa de presenciar. Finalmente, llegaron al lugar donde había estacionado el coche. Sin intercambiar una sola palabra, se despidieron con un gesto, y cada uno siguió su camino. Nahuel, mareado por el viaje turbulento, abrió lentamente la puerta del coche y se subió. Se quedó un momento allí, esperando que la sensación de vértigo desapareciera y todo volviera a su lugar.

  Casi al minuto, el mareo se desvaneció, y Nahuel comenzó a deslizar lentamente sus manos sobre el volante, sintiendo la textura de la piel con la que estaba hecho. Su respiración era profunda, mientras el aire se llenaba del refrescante aroma del aromatizador. Poco a poco, dejó caer su cabeza sobre el volante. Fue entonces cuando el carro soltó un pitido, y, al sobresaltarse, Nahuel golpeó varias veces su frente contra él. Las lágrimas de frustración brotaron de sus ojos, y sus manos comenzaron a temblar. Sus gritos, llenos de desolación, rompieron el silencio del coche. Estaba completamente asustado, triste y enojado. Todas las emociones que había reprimido por la autoridad y el miedo que le generaba Dolos, ahora se desbordaban sobre él.

  Al dejar de golpear su frente contra el volante, levantó la mirada, aún te?ida de rojo por las lágrimas. Sus ojos se posaron en la casa de su abuelo, y un escalofrío recorrió su cuerpo. Lo que antes le generaba nostalgia y remordimiento, ahora solo le provocaba miedo. Las criaturas seguían grabadas en su mente, y cada vez que parpadeaba, las veía acercarse, como si estuvieran a punto de atraparlo. El tiempo en el coche pasó con una sensación incomprensible para él, un torbellino de pensamientos y emociones que no lograba entender. Se tendió unos minutos, intentando calmarse con respiraciones profundas. Luego, sintió la necesidad de irse, pues aún no se sentía seguro en ese lugar. Secándose las lágrimas con el brazo, puso en marcha el coche, dejando atrás la casa que lo atormentaba.

  Aún desconcertado, llegó a su hogar. Su madre no lo recibió, ya que ya se encontraba dormida en sus aposentos. Nahuel se dirigió a su habitación, abriendo la puerta decorada con un poster de un videojuego. Se tiró sobre la cama, extendiendo todo su cuerpo, que, debido al poco ejercicio, se sentía largo y agotado. Sacó el relicario que había guardado en su bolsillo y lo observó detenidamente.

  Su cuarto estaba en silencio, con las paredes de un azul oscuro que lo rodeaban, y su escritorio, lleno de desorden, con una computadora y una consola de videojuegos. Algunas envolturas de papas y restos de comida estaban esparcidas por ahí, producto de noches de insomnio y distracción.

  Fue entonces cuando recordó los mensajes de Axel. El brillo repentino de su celular lo hizo entrecerrar los ojos. Al desbloquearlo, vio nuevos mensajes de su amigo.

  —Quiero hablar de lo que pasó.

  —Márcame cuando puedas, por favor.

  La curiosidad comenzó a carcomerlo, pero el pesar del cansancio que aún lo tenía envuelto, hizo que decidiera dejar la conversación para ma?ana. Después de todo, sería un nuevo día.

  Por primera vez en mucho tiempo, Nahuel so?ó. El sue?o fue vívido, tan real que lo sumergió en una sensación de angustia. Las criaturas volvieron a su mente, y vio, con claridad inquietante, cómo su abuelo también parecía vinculado a ellas. Pero lo que más sobresalió en esa pesadilla fue la figura de un hombre de voz misteriosa, cuya presencia se apoderó de todo el sue?o. Cada vez que él hablaba, estruendos resonaban en su mente, y Nahuel luchaba por dar un nombre y un rostro a ese hombre, pero todo seguía siendo borroso y aterrador.

  A medida que avanzaba el sue?o, todo empeoraba. En un momento, vio cómo el suelo lo tragaba, arrastrándolo directamente hacia una temible mano que emergía del estómago de la criatura.

  Se despertó agitado, sudoroso, con el corazón latiendo desbocado. Trató de calmarse, observando el clima tranquilo y la calma de la noche, pero el miedo seguía instalado en su pecho, implacable.

  "Será una noche larga," pensó, mientras cerraba los ojos una vez más, esperando que el sue?o no lo encontrara de nuevo.

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