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PRELUDIO: RECUERDO NÚMERO 7

  El siguiente relato ha sido extraído de una parte de los pocos recuerdos qué aún se permiten retener. A pesar de que las directrices y leyes nuevas sobre la extracción de recuerdos se han vuelto extremadamente restrictivas, estos son demasiado preciados para el devenir de las generaciones y la importancia de la memoria histórica.

  En esta ocasión, dicho relato se sitúa a?os antes de la formación de las Siete Anclas,

  cuando la antigua Líder del Culto de los Artesanos, Magna, se enfrenta cara a cara contra el líder del bando rival en la Segunda Guerra de las Cinco Naciones.

  Para finalizar, nos gustaría recordaros qué este fragmento, y otros más de suma importancia, pertenecen al recopilatorio de recuerdos del libro La Historia del Alma. No olvide consultarlo para más información.

  Las campanadas de sentencia resonaban de forma débil por las paredes del Capitolio Celeste. Nuestro desconocido hombre caminaba con cansancio, jadeaba y titubeaba cada tres pasos. Se apoyaba en cada columna utilizando su brazo izquierdo. En cada parón, cogía aire y miraba el agua prístina del Jardín de la Esperanza, un jardín ubicado entre la Bóveda del Capitolio y el Templo de la Esperanza. El agua albergaba plantas de todos los lugares de Matter. No importaba a que clima o biodiversidad pudiera pertenecer cada planta, en aquella agua, en aquella tierra... Las plantas, árboles y peque?os animales de todo tipo vivían cómo si de su país de origen se tratara... Una muestra más del poder del Fulgor.

  Pero no estaba solo. Le seguía un ni?o de no más de 8 a?os; Pelirrojo, con unos cómodos ropajes blancos ajustados por un cinturón de tela de color gris que daba varias vueltas a un pantalón blanco abombado en las puntas, unas puntas k se ajustaban a, también, unos zapatos ligeros... El cuero de dichos zapatos era tan ligero qué parecían también estar hechos de tela.

  Nuestro hombre lo miró. Levantó una ligera sonrisa y continuó el paso. Los dos no se dirigieron ni una sola palabra. Aprendiz y maestro sabían en que idioma debían hablar entre ellos. El idioma de la estoicidad, el idioma de la determinación y la lealtad.

  A los pocos pasos se pararon en frente de un portón. Dicho portón estaba divido en dos puertas que tenían grabadas, en su metal, una historia; Cinco reyes unidos, cinco reyes arrodillados y dándose la mano ante una persona... Una persona que no era ningún dios, si no un salvador... El salvador de todos los seres humanos de Matter. Calastor Ginn.

  Al lado de las puertas había dos guardias de Saphir, pero no eran simples guardias, eran los más preciados aliados de nuestro hombre. Mujer y hombre, con su armadura azulada y adornada tan característica. Una armadura era menos robusta que la otra con claras definiciones femeninas y otra más grande y agrandada a la altura de los hombros mostrando, por contra, más deficiones masculinas. Marie e Isaac. Los dos estaban apoyados sin casi poder moverse,. jadeaban intensamente y parecían estar heridos.

  —Determinación... - Dijo nuestro hombre, sin siquiera dirigirles la mirada, mientras habría aquellos dos portones de más de cuatro toneladas utilizando solo una palma y brazo en cada puerta.

  Aquellas palabras resonaron por toda la estancia y los guardias se dedicaron a agachar la cabeza, rozando casco con armadura a la altura del cuello, mientras cogían su último aliento para poder levantarse. Uno de los guardias, que consiguió ponerse en pie, miró realizando una mueca llena de incógnitas. El ni?o le fulminó la mirada con la suya. Con su cara estoica y seria.

  —?No creerías que iba a morir verdad? Ha nacido para tener el verdadero control... A diferencia de otros. —Dijo don desconocido justo al terminar de abrir los portones.

  —Hemos llegado tarde... Hemos conseguido encerrarla, pero... Hemos llegado tarde. —A?adió el guardia con definiciones femeninas mientras se quitaba el casco y mostrada la cara de una mujer rígida con cabellos casta?os y una nariz puntiaguda.

  —Lo sé Marie... Lo sé. Pero hay que evolucionar. —Contestó el sin nombre.

  Habían entrado al Templo de la Esperanza. Todo por lo que habían luchado terminaría ahí. Pero antes nuestro hombre debía realizar un último sacrificio... El mayor de los sacrificios.

  Se quedó de pie en una sala casi a oscuras en su totalidad. La única luz que entraba era la reflejada por el agua del Jardín de la esperanza. No se escuchaba nada ni a nadie... Pero él sabía qué estaba allí... Más bien que ESTABAN ahí. Las cabezas del bando contrario...Y también las personas que más amaba en el mundo.

  Su mujer y sus dos hijos.

  —?MAGNA! Ellos no son parte de esta guerra... —Gritó el sin nombre.

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  Pero nada contesto de forma directa. Unos sollozos empezaron a escucharse. Uno sollozos que sabía muy bien de quien eran...

  —Magna... No hagas esto más difícil. Suéltalos ?AHORA!

  La sala se emblanqueció por completo. Ahora aquellas cuatro paredes pasaron de la total oscuridad a una habitación alumbrada y blanca cuyo suelo, techo y paredes eran indiferenciables. En medio una mujer... Era Magna tenía el pelo rubio y vestido ajustado azul celeste, el típico de las Artesanas, pero dicho cabello tapaba su rostro ya que se encontraba abrazando a dos personas con unos ropajes negros encapuchados.

  Lloraba desconsoladamente.

  —Hemos llegado tarde... - A?adió de nuevo Marie.

  Pero nuestro hombre no parecía escucharla. No parecía entender el mensaje que intentaba transmitirle

  —Magna suéltalos... ?SUELTA A MIS HIJOS! —Gritó de nuevo mientras recogía una gran cantidad de fulgor en solo unos instantes.

  Magna levantó la cabeza, mientras su cabello se dividía en dos por su rostro y daba paso; a una bella cara, con labios pintados por un rosa delicado, unas facciones lisas y casi perfectas... Y unos ojos verdes llorosos y enrojecidos.

  Una lagrima le caía por su ojo derecho.

  —?Cómo hemos llegado a esto? ??CóMO TE HAS VUELTO ASí?! —Gritó Magna. Mientras abrazaba con aún más intensidad a sus hijos.

  —Hemos llegado tarde...—Aquello lo dijo Isaac de forma distante.

  No estaba físicamente con ellos en aquella habitación. Nuestro sabía de aquello; El poder de Magna. La capacidad de crear espacios atemporales y separados de la realidad... Un poder cercano al de un dios. Por eso se extra?ó qué aquella frase de Isaac llegara a sus oídos...

  —Curioso. —Pensó.

  Por otra parte, nuestro hombre ya estaba preparado. Llevaba preparado desde antes de entrar al Capitolio, desde antes de luchar contra su último combate... Rowina y Wern, así se llamaban sus dos espadas; Unas espadas que podía controlar con la mente. No necesitaba utilizar fulgor, no necesitaba pasar por ese engorroso tramite de tener que materializar o confeccionar... Nuestro hombre tenía ese poder.

  —Magna... Hemos llegado hasta aquí porque YO he querido llegar hasta aquí, porque YO he querido volverme así, porque este mundo necesita un cambio... Este mundo me necesita a Mí. - Gritó, mientras cerraba los dedos índice y corazón.

  Las espadas se encontraban a fuera, cerca de la pared en frente de nuestro hombre, preparadas para atravesarla ... No solo a la pared... También a ella. Pero algo ocurrió. No reaccionaron a la orden. Se quedaron quietas cómo si nunca la hubieran recibido.

  —Sabes perfectamente dónde estamos... Estamos en mi Bóveda blanca... Aquí el tiempo no pasa “amor”. —Dijo Magna, con una sonrisa malévola mientras realizaba su último sollozo.

  Pero nuestro hombre no pareció importarle. Simplemente sonrió y se abalanzó contra ella. Todo pasó muy rápido; Ella lo miró y dijo unas palabras mientras él encorvaba el cuerpo y se abalanzaba para atacarla. Las dijo en voz muy baja, pero fue capaz de entenderlas en esa peque?a fracción de tiempo: Ellos no se irán contigo...Ellos ya se han ido. Llegó dónde estaba ella y aquellos cuerpos con ropajes oscuros encapuchados hicieron un ligero espasmo... Brazo derecho encorvado hacía atrás... Mirada impresionada por lo ocurrido, pero sin perder de vista a Magna.

  Golpe letal.

  Ruido estruendoso, cara aplastada contra el pu?o mientras la sala volvía a su oscuridad natal. Otro ruido estruendoso...Cuerpo ahora aplastado contra la pared, rematado y atravesado por las dos espadas que llevaban perforando la pared todo ese corto pero intenso golpe. Ahora dos rayos de luz, provenientes del exterior, atravesaban el cuerpo muerto de Magna apoyado contra la pared mientras sangre borboteaba de los susodichos.

  —“Hemos llegado tarde...” —Dijo el desconocido. Haciendo referencia a aquella frase que no paraban de repetir Marie e Isaac. – Magna ya los había matado cuándo llegasteis...

  Los dos guardias de gran armadura Saphírica afirmaron lentamente con la cabeza.

  —Pudimos combatir y agotarle gran parte de su energía vital... —Pero queríamos dejar ese trabajo final para usted. - A?adió Isaac

  Por contra, mientras Isaac decía aquellas palabras, él había iniciado unos pasos lentos hacía sus hijos moribundos. Se agachó y les quitó la capucha que cubrían sus caras, dejando ver a dos ni?os con los ojos cerrados, chica con un cabello moreno a la altura del cuello y cara redondeada, chico con pelo corto moreno y cara firme. Los dos tenían las facciones sure?as y listianas totalmente entremezcladas, incluyendo el color de su piel que denotaba una tez clara y tostada al mismo tiempo.

  Los dos estaban en el suelo, sin moverse, y reflejaban tranquilidad con una leve sonrisa.

  A todo esto, el ni?o pelirrojo de 8 a?os caminó hacia nuestro hombre lentamente. Marie e Isaac lo miraron dejándolo pasar. Llegó y levantó la cabeza. Lo miró con intensidad y pareció mostrar unos ojos llorosos.

  —?Qué haremos ahora? —Dijo aquel ni?o.

  —No repetir los errores del pasado. —Contestó, mientras se levantaba, dejaba los cuerpos de sus hijos en el suelo, giraba y acariciaba aquel chico con ese cabello rojo revoltoso. —Te lo prometo bajo mi nombre y apellido... Bajo todas las cosas por las que se necesitan combatir. Prometo que Matter volverá a sus tiempos de gloría.

  Una lagrima caía ahora sobre su mejilla derecha mientras mantenía la mirada firme en aquel chico pelirrojo.

  —?Cómo lo harás? —Contestó aquel chico.

  —Simplemente... No lo dudes Oratzio. Te lo he prometido bajo mi nombre... Bajo el nombre de ...

  A partir de aquí el recuerdo se vuelve difuso e ilegible.

  Recordatorio para aquellos poco avispados; El nombre del propietario de este recuerdo se encuentra en el apéndice del libro.

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